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Marcos Nieto, Noviembre 2014
En esta ocasión pienso prestar mis páginas a un edificio del cual apenas si encuentro rastro en internet, a pesar de los billones de palabras generalmente vacías que acumula. Tampoco aparece en las publicaciones o en la prensa escrita, excepto por alguna brevísima alusión propia de lo anecdótico e innecesario. Yo mismo no lo conocía hasta el día que tomé estas fotografías. Y siento la urgencia de remediarlo, en unos pueblos en los que todo el mundo está arreglando sus casas, a veces demasiado, luciendo hermosos vehículos, mientras que lo común sigue otros derroteros.
A ver si con esto a alguien se le ocurre escribir algo sobre lo que va camino acelerado de pasar al mundo del recuerdo, y quizás remover conciencias. De otro modo ¿qué va a quedar en los pueblos digno de verse a este paso? ¿Un mundo rural impostado?
En este caso trataremos de un antiguo santuario, luego rebajado a ermita, que en tiempos fue templo parroquial de un pueblo desaparecido llamado Bretes. Se le encuentra en la provincia de Guadalajara, a la vera del camino que une los pueblos de Villacorza y la Torre de Valdealmendras. Dentro de su modestia de medios, sorprenden los restos por el gracejo de lo que allí se levantó. ¡Acompáñanos a visitarlo!
La fachada este hacia la cual está orientado el edificio. Se trata realmente de un camarín, una ampliación del edificio que proporcionaba realce al retablo y servía a su vez como sacristía.
La fachada norte. En él se aprecia como el edificio original tenía tres cuerpos, con los que corresponden aproximadamente las tres ventanas, al que se añadieron dos: el camarín en la cabecera de la nave (izda. imagen) y un pórtico que protegía la puerta de acceso, hoy completamente derruido (dcha. imagen). Resulta agraciado el juego de colores con que los constructores los levantaron: claro para la mampostería, rojo sangre para la sillería, así como las ventanas, que con su curiosa forma aparentan relicarios.
El cementerio, situado adyacente a la fachada sur, circunscrito por una valla. ¿Cuanto tardarán los sepulcros en ser sepultados bajos los escombros?
La fachada orientada al oeste, con la puerta de acceso principal. Antaño protegida por un pórtico de considerables dimensiones que prestaba refugio contra las inclemencias del tiempo.
Vista del interior de la ermita, hacia el presbiterio. Frente a nosotros se alza una maltrecha cúpula, a la que han desprovisto de tejado protector, y que se hunde bajo el efecto del aumento de peso provocado por la lluvia, empujando las paredes laterales consigo. Al fondo se aprecia lo que ni siquiera es ya huella del altar mayor. No lo he conocido, pero aparentaba ser con hornacina central para la imagen titular de la ermita (Nuestra Señora de los Santos), con dos puertas a los lados (la izquierda cegada desde antiguo) para que los devotos pudieran pasar a besarla el manto entrando por una puerta y saliendo por la otra, como en los santuarios importantes. A la derecha se aprecia la escalera y soporte de un púlpito, hoy inexistente. A ambos lados, la bancada tan característica de las iglesias rurales, donde originalmente no había bancos para sentarse.
Vista de los pies de la nave. La bóveda se ha desplomado, arrastrando quizás una tribuna consigo, a juzgar por algún madero que sobresale de entre la pila de escombros. Por alguna piedra labrada que se encuentra entre los mismos, se podría postular la existencia de un muy adornado campanil.
El cielo que se asoma por la gran herida del techo, presagiando lo que parece a estas alturas inevitable.
Otro firmamento, esta vez obra humana. Se trata de la cúpula que cubre el tramo intermedio de la nave, con una decoración barroca consistente en círculos concéntricos incluidos en otros a la manera de engranajes, que transmiten el giro de la clave central a los cielos y éstos, al mundo de los vivos. El movimiento del conjunto se patentiza al presentar el círculo central una espiral dextrógira de resonancias céltico-romanas.
La aparente ausencia de decoración de la cúpula es engañosa: la humedad generalizada provocada por la falta de tejado ocasiona el hinchamiento de las capas de yeso y la exfoliación de las numerosas capas de cal aplicadas en tiempos para mejorar la luminosidad y proporcionar limpieza. Al caerse éstas, aparecen restos de una decoración colorista aplicada generalmente sobre el propio fondo blanco, incluso haciendo uso de escenas figurativas complejas. Una decoración absolutamente inusual en la zona por su calidad y originalidad, pues si había obras semejantes, ya se han perdido.
En uno de los medallones de la cúpula, en concreto el situado al sur, se aprecia una curiosa escena que sin gran dificultad se puede interpretar como una representación de San Isidro Labrador, beatificado en 1619. Siempre se le representa con pelo largo y barba, luciendo la vestimenta propia de los labriegos, generalmente chaqueta y calzas cortas. Sorprende el porte elegante que el artista le ha dado, con cuello y mangas a la valona, apareciendo tras el personaje un paisaje de exteriores, con arbolado a la derecha y a la izquierda una iglesia de tres naves, a la manera italiana.
Sin duda no sería el único medallón decorado, porque en el situado en el extremo opuesto de la cúpula (es decir, al norte) igualmente se aprecia lo que parece la vestidura de un personaje, también en colores parduscos.
Intrados de los arcos con un curioso friso con lo que parecen rostros enmarcados
El muro donde se alzaba el altar. De lo poco que se conserva podemos sacar sin embargo algunas características que confirieron a la cabecera del templo la fisionomía que entonces caracterizaba a los santuarios, es decir, aquellos lugares donde se veneraba una imagen con fama de milagrosa. Para dar más realce a la imagen y favorecer el contacto físico de los fieles con la misma, se la solía colocar en una amplia hornacina sin cegar, de modo que de cara a la nave la imagen apareciese realzada por la luz que la circundaba, y girando la peana, dese el camarín los fieles podían tocar la imagen.
Para posibilitar esta adaptación, en el s. XVIII se perforó la cabecera de la iglesia, construyéndose inmediata a la misma un nuevo recinto, al cual se accedía por dos puertas situadas a ambos lados del altar, y que permitía que los devotos visitasen ordenadamente a la imagen, entrando por una puerta y saliendo por la otra. Esta disposición se varió más tarde (una puerta está tapiada desde antiguo), posiblemente a comienzos del siglo XIX, cuando se convirtió el santuario en la ermita de un camposanto. Entonces el camarín paso a tener el uso de sacristía y finalmente de almacén de útiles del cementerio.
Un detalle de la bóveda que cubre todavía el presbiterio y su decoración.
Vista del muro que separa al camarín de la nave del templo donde se aprecian con claridad los paramentos de piedra de exteriores, perforados para practicar los vanos necesarios para la hornacina de la Virgen y las puertas laterales.
El antiguo camarín, reconvertido en sacristía, con estructura a dos alturas.
El único exvoto que logramos localizar en el interior del antiguo santuario, abandonado allí al considerarse sin valor. Una costumbre de antigüedad remotísima, bonita muestra de fe, cuando las mozas ofrecían lo poco que tenían ‐su cabellera‐ a cambio de la intercesión de la Virgen. En las paredes colgaban multitud de ofrendas sencillas, en ocasiones uno de los pocos testimonios que perduraban de la mera existencia de los oferentes: todo ello perdido, despreciado como rural y supersticioso, poco moderno y fashion.
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