07-10-2004
La joya primigenia de la cartografía
occidental, que representa precisamente parte de la Hispania
del siglo I antes de Cristo, fue entregada ayer al Museo
Egipcio de Turín por el ministro de Cultura italiano y la
Compañía de San Pablo, que superó a otros competidores
interesados en esa pieza única, entre los que figuraba el
Estado español. El descubrimiento del antiquísimo mapa en un
papiro egipcio propiedad de un coleccionista privado fue
primicia española en ABC en diciembre de 1999 y provocó
inmediatamente el interés de los especialistas.
El
«papiro de Artemidoro» es «importantísimo» y «un objeto de
gran lujo», según Elvira Gangutia, destacada helenista del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, quien
sostiene que un documento de esa importancia podría haber sido
creado tan solo para algún potentado de la etapa helenística o
alguna reina. El extraordinario papiro de 250 centímetros de
largo por 32 de altura necesitará todavía algunos meses más de
restauración en la Universidad Estatal de Milán bajo el
cuidado del profesor de papirología, Claudio Gallazzi, quien
ha trabajado en su estudio durante más de cinco años, junto
con el profesor Barbel Kramer de la Universidad de
Treveris.
En el acto de entrega oficial al Museo
Egipcio de Turín, el profesor Gallazzi anunció que «estamos
terminando la restauración, lo cual permitirá realizar una
copia digital que ponga a disposición de los especialistas
esta riquísima fuente para estudio de todos sus particulares».
El «papiro de Artemidoro» será expuesto al público en 2005,
pero todavía no es posible fijar la fecha. El Museo Egipcio de
Turín, el mas importante del mundo después del de El Cairo,
conserva además el «papiro de las minas», del siglo XII antes
de Cristo, y otro valioso ejemplar con los planos de la tumba
de Ramsés IV en el Valle de los Reyes.
El «papiro de
Artemidoro» es un manuscrito de lujo que incluye el comienzo
del libro segundo de los 11 que componían el famoso «Periplo»
del geógrafo griego Artemidoro de Éfeso, quien trabajó a
caballo entre el siglo II y el siglo I antes de Cristo, y
cuyas obras se conocían tan solo por las referencias de
Estrabón y Plinio el Viejo.
El papiro, elaborado en el
siglo I antes de Cristo probablemente en Alejandría, incorpora
cuatro columnas del texto de Artemidoro («don de Artemisa»),
viajero por todo el mundo grecorromano, desde la remota
Hispania hasta el Mar Rojo. Por fortuna, su enciclopédica obra
comienza por las columnas de Hércules (Gibraltar), y el texto
del papiro descubierto hace más de una década en un basurero
en Egipto se abre con una fascinante introducción a la
península Ibérica.
Tras unas consideraciones
filosófico-científicas sobre el trabajo del geógrafo,
Artemidoro de Éfeso escribe que «El país que va desde los
Pirineos hasta las cercanías de Gades (Cádiz) se llama tanto
Iberia como Hispania. Los romanos lo han dividido en dos
provincias. A la primera pertenece la región que se extiende
desde las montañas de los Pirineos hasta Cartago Nova
(Cartagena) y Castolo (una ciudad cercana a Linares) y las
fuentes del Betis (Guadalquivir). A la segunda pertenece, en
cambio, el resto del territorio hasta Gades y toda la región
de la Lusitania». Se trata, evidentemente, de la Hispania
Citerior y la Hispania Ulterior, establecidas como provincias
por Roma el año 197 a. de C.
El elemento más fascinante
del papiro es el mapa de Iberia o Hispania en una franja de 94
centímetros de largo por 32 de alto. Con esas dimensiones, el
único modo posible de representar la Península es una versión
muy comprimida horizontalmente, que no respeta las distancias
reales como en los mapas contemporáneos.
A pesar de que
el papiro estaba roto y hubo que recomponerlo utilizando
muchos fragmentos, el mapa más antiguo de Occidente muestra
dos grandes ríos de la España central, junto con ciudades y
estaciones de postas. Varios especialistas coinciden en que el
río superior es el Duero, mientras que el inferior podría ser
uno de sus afluentes o bien el Tajo.
Las ciudades
incluidas en el papiro pueden ser Septimanca (Simancas), Oxama
(Osma), Segontia (Sigüenza) y Segovia. El mapa cuenta con las
principales calzadas romanas pero, al igual que los ríos y
ciudades, sin la correspondiente toponimia. Es, a todas luces,
un trabajo de gran calidad, que nunca llegó a
terminarse.
Según Claudio Gallazzi, el papirólogo de la
Universidad Estatal de Milán que más ha estudiado el
documento, el «papiro de Artemidoro» tuvo una vida agitada, lo
cual explica las ausencias y los añadidos
posteriores.
Una vez copiado el texto del geógrafo con
caligrafía cuidadísima, el papiro pasó a otro taller de alto
nivel dedicado a la cartografía y a los mosaicos, actividades
que solían ir juntas.
Es precisamente en el taller de
cartografía donde, por algún motivo, la obra no llega a
completarse, y el papiro terminó siendo utilizado por un
artista que aprovechó el dorso para realizar dibujos de gran
calidad: cabezas de Zeus, de Apolo y de Alejandro Magno, que
sorprenden por su fuerza y recuerdan obras realizadas milenio
y medio mas tarde por Miguel Ángel o Leonardo da
Vinci.
El rostro de Zeus conserva, al cabo de 2.100
años toda la energía del dios del Olimpo a pesar de la
precariedad del soporte: fibras entrecruzadas de papiro, una
planta que crecía en las orillas del Nilo y resultaba barata,
pero cuya solidez es muy inferior al de las pieles utilizadas
posteriormente para los documentos de gran valor. Antes de
terminar en el basurero, el papiro alejandrino conoció una
tercera etapa en la que dos alumnos de una escuela de dibujo,
indudablemente aventajados, aprovecharon los espacios libres
en ambas caras para realizar estudios de rostros, manos y pies
en diversas posiciones, demostrando un talento más que
prometedor.
Con la entrega al Museo Egipcio de Turín,
que no quiso revelar la cifra pagada por la Compañía de San
Pablo para hacerles este regalo, el «papiro de Artemidoro»
podrá ser estudiado por arqueólogos y helenistas españoles
para arrancar al mapa más antiguo de Occidente los nombres que
los cartógrafos nunca llegaron a escribir.
Fuente:
ABC http://www.abc.es/abc/pg041007/prensa/noticias/Cultura/Arte/ 200410/07/NAC-CUL-098.asp Autor:
Juan Vicente Boo
Reseña: Manuel Crenes |